miércoles, 24 de febrero de 2016

Fantasma que grita justicia desde hace más de ciento cincuenta años


Era la mitad del siglo XIX, las personas acababan de salir de otra absurda guerra civil en lo que sería después la República Colombiana y las leyes intentaban formar una nueva oportunidad para creer en un país. Pero para ello se necesitaba leyes rigurosas, leyes como la pena de muerte. Sustancialmente se había apoyado a un general de apellido Hilario para solucionar muchos de los problemas del país. Prometía traer todo lo que suelen ofrecer los políticos en épocas de elecciones: Oportunidades, libertad, dinero y justicia, especialmente justicia. El patíbulo sería una de las medidas para darle al pueblo lo que pedía.

El primer ajusticiado por esta ley fue un tipo de apellido Russi. Un abogado que vivía en la Bogotá republicana, estudiado en la mejor universidad y que solía defender a las personas humildes y otros agentes populares de la ciudad. Aunque este personaje era de escasos recursos y muy pobre, tanto que vivía en una casa arrabalera en un barrio popular, se le denunciaba por ser “cabecilla de los ladrones”, incluso todo el grupo de delincuentes fue llamado “la banda del Doctor Russi”.
No fue hasta que mataron a un señor llamado Manuel Ferro, el 24 de Abril de 1851, cuando la gente reaccionó contra la inseguridad y pidieron a gritos desgarradores un poco de justicia. El asesinado había dado pruebas sobre los ladrones y una famosa banda llamada “El molino del Cubo”, se suponía que el implicado directo del crimen de Ferro fue Russi. Pues el muerto estaba frente a su casa en el barrio Egipto.
Un juicio público.
El defensor de José Raimundo Russi fue el mismo porque así lo quiso. La audiencia fue pública y buscó defenderse de todos los crímenes de los que se le increpaban. El sujeto no dejó muestra de desgaste en su proceso, fue tan conocido el juicio de ajusticiamiento que los abogados más famosos de toda Colombia (antiguamente conocido con el nombre de Nueva Granada) estuvieron presentes.
Semanas enteras, incluso meses, mantuvieron la ciudad de Bogotá en suspenso hasta que un día se le declaró totalmente culpable. Su fusilamiento se llevó a cabo en la plaza central y las balas le destruyeron la columna vertebral. Pero durante la noche anterior a su ejecución hasta cuando fue llevado a la picota, negó su crimen. Sus últimas palabras fueron “Yo no soy culpable”, pero el incrédulo y frío verdugo, gritó “¡Fuego!”.
Un fantasma recorre las calles de la Candelaria.
El centro de Bogotá tiene un barrio muy conocido por los turistas llamado “La Candelaria”, aquí vivía la gente más rica de la sociedad y luego de la ejecución, este lugar tomó un tinte sobrenatural. A medianoche en este sitio recorre las calles un fantasma que trastoca los grupos más incrédulos y hasta el día de hoy sigue pidiendo justicia.


Se reconoce como Jose Russi por sus ademanes, los gestos y muchos de las palabras que profiere a los sujetos que pasan caminando por las calles iluminadas por la histórica luz amarilla de las calles de ese barrio.
Muchos de las personas que juzgaron al miserable disfrutaron de la pena de muerte a la que fue confinado el posible inocente, pero los delitos siguieron existiendo y la ciudad con el tiempo nunca liquidó el problema de los robos y las muertes. Andrés Bastidas fue uno de esos sujetos que proclamó en voz pública la necesidad de matar a Russi, él fue el primero en ver su silueta en las calles de la ciudad e incluso en sus relatos dice que en un viaje a Europa lo vio en España, en la Alhambra, vestido de guardia.
Otros sujetos que lo vieron en este último siglo declaran que era una figura que respiraba paz, pero a veces mucho odio, exigía gritos y su imagen se evaporaba, pero no es un fantasma hostil, sólo sentía el peso de su desgracia en los días de Julio, posiblemente sea porque en estas fechas el presunto fue acribillado. Era muy usual encontrarlo sentado en las barandillas o los andenes, en los cafés y recargado en los postes o leyendo algún cartel de un nuevo concierto, divirtiéndose entre los charcos de la lluvia histórica en la que está condenada la ciudad, con el tiempo fue declarado un patrimonio de la ciudad, ese fue el mayor indulto tenido con un fantasma. Bogotá hizo las paces con el muerto, pero aun así siguió pidiendo justicia, no ha descansado en paz.
Como todo sujeto pasado por las armas, el abogado es renuente abandonar un cuerpo semitransparente, agujereado y triste, diciendo: “no soy culpable”, “no fui culpable”, de pronto el tiempo logre un nuevo juicio para que el Doctor Russi sea declarado inocente, aunque hasta ese momento las calles de esta antigua ciudad tendrán el tinte del misterio que lleva el muerto.





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